El día en que Carlos Manuel Álvarez Rodríguez presentaba en The Wild Detectives su libro La Tribu. Retratos de Cuba, Miguel Díaz Canel se convertía en el sucesor de raúl castro. Javier García del Moral, uno de los jefes de la librería, no pasó el detalle por alto: “en 60 años el gobierno cubano ha cambiado de presidente sólo 3 veces. Hoy es una de ellas”. Buen contexto, diría yo.
Ana Campoy, la coordinadora de El Book Club, habría de descargarle una batería muy interesante de preguntas acerca de su libro de crónicas. Frente a ellos una turba más bien nutrida de hispanohablantes; nutrida digo para estar en el corazón de una ciudad angloparlante –quizás por eso del nuevo presidente cubano.
Lo primero que me llamó la atención de Carlos fue su look: Cabello grueso, negro, alborotado pero bien cortado. Lentes de pasta modernos. Barba semicuidada. Paltó oscuro, pantalones amarillos hasta por encima de los tobillos. Zapatillas planas, como de fútbol sala. Camisa azul adidas con el logo blanco y gigantezco en el pecho; no sé si una sacada de lengua a fidel o una herencia malquerida.
Pero estábamos y no estábamos escuchando a Carlos Manuel por política sino por su libro, que es más que sólo política, sólo periodismo o sólo literatura.
Martín Caparrós, en el prólogo, dice que estamos frente a un escritor: “un escritor que podría ser periodista, un periodista que podría ser escritor.” Y ciertamente un poco de escritor ha de tener para decir que para él “la derrota tiene mucha poesía”, como me comentó al preguntarle por esa dicotomía que había entre la poesía de su libro y la miseria de lo que contaba. Eso sí, sin mitificar el lugar, aunque sí empatizando y hasta tratando con cierta afección con los personajes.
“La estética es más que todo una decisión ética”, comentó Carlos cuando se le interrogó acerca de la forma estilística del libro. “Es una forma de respeto hacia los personajes de las crónicas”. Personajes con realidades sórdidas contados con un lenguaje evocador y preciso a partes iguales. Las líneas de La Tribu me recordaron por momentos a la fotografía de Robert Capa: bellas, violentas, crudas, realistas, todo a la vez.
En La Tribu se leen las historias de un exbeisbolista de las Grandes Ligas, de un prófugo de la justicia norteamericana, de una jovencita cubana que se va con un hombre a Europa y no le va bien, de huídos, de gente que vive en y de la basura, etc. Todo contado sólo con el filtro de la estética. En La Tribu La realidad se narra con la rudeza de un reportero de guerra, y se edita con sosiego.
Por ejemplo, narrando la espantada de un pequeño grupo de cubanos callejeros y descarriados de Cuba, leemos lo siguiente:
“El viento golpea a Carmona, lo eriza. Acaricia sus prendas yorubas. Sabe que van a pasarla fea, pero, se dice, por donde sale uno salen todos. Se autodenominan los mosqueteros. Son los salvajes, los listos, los bravos. Nadie más picaro ni pendenciero que ellos. Moldeado en la fragorosa caldera de Centro Habana, Carmona lee el cielo. Las deidades religiosas parecen autorizar los excesos de la tragicómica aventura que está por venir.”
Como este, hay muchos otros párrafos y líneas con descripciones y analogías más propias de una narración de ficción que de una crónica periodística. En efecto, estas crónicas, como nos lo dijo el propio Carlos Manuel, fueron trabajos que agencias de noticias le compraron para contar a Cuba desde adentro. Después de la narración reporteril vino la edición del escritor para fraguar el orden de las crónicas y convertirlas en un libro que a través de sus partes cuenta un recorrido aún mayor.
En esta Latinoamérica que se empeña en repetir su historia, La Tribu. Retratos de Cuba podría ser un excelente libro para ayudarnos a entender por qué deberíamos detener el ciclo. Es un libro en el que la gente, la belleza, la inteligencia, la sensibilidad, la querencia por lo que te rodea pueden resonar en quienes todavía tenemos tiempo (suerte mediante) para seguir viviendo y sufriendo y queriendo ese lugar donde nos criamos.